2018-09-26

“La camisa del hombre feliz”, cuento con moraleja, de María Teresa Andruetto o de León Tolstói

El hombre feliz con su camisa
Feliz con su camisa
No importa mucho quién lo haya escrito primero; aunque es curioso que en algunos sitios, como “Leer es divertido”, publiquen la versión de Tolstói adjudicándola a María Teresa Andruetto, o que esta escritora, ganadora del premio Hans Christian Andersen, hable en una entrevista de los elogios que recibe por el cuento, sin mencionar que la idea no es suya. En fin.


Lo único importante es la moraleja o la enseñanza que se rescata de esta historia: que la felicidad no se logra con posesiones o con comodidades egoístas. No señor.

La felicidad es el resultado de conformarse con lo que se tiene y de no necesitar nada más. Y otra enseñanza: no existen recetas mágicas para lograr la felicidad, salvo lo antedicho. Es una filosofía “espiritualista”, si se quiere, expresada en este caso bajo la forma de un cuento breve, dotado de un mensaje poderoso.

A continuación reproducimos ambas versiones: la original, de Tolstoi, y la más reciente y adornada, de Andruetto.


León Tolstói
León Tolstói
“La camisa del hombre feliz”, por León Tolstói.

En las lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, vivió un zar que enfermó gravemente. Reunió a los mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron todos los remedios que conocían y otros nuevos que inventaron sobre la marcha, pero lejos de mejorar, el estado del zar parecía cada vez peor. Le hicieron tomar baños calientes y fríos, ingirió jarabes de eucalipto, menta y plantas exóticas traídas en caravanas de lejanos países. Le aplicaron ungüentos y bálsamos con los ingredientes más insólitos, pero la salud del zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre que prometió la mitad de lo que poseía a quien fuera capaz de curarle.

El anuncio se propagó rápidamente, pues las pertenencias del gobernante eran cuantiosas, y llegaron médicos, magos y curanderos de todas partes del globo para intentar devolver la salud al zar. Sin embargo fue un trovador quien pronunció:

-Yo sé el remedio: la única medicina para vuestros males, Señor. Sólo hay que buscar a un hombre feliz: vestir su camisa es la cura a vuestra enfermedad.


Partieron emisarios del zar hacia todos los confines de la tierra, pero encontrar a un hombre feliz no era tarea fácil: aquel que tenía salud echaba en falta el dinero, quien lo poseía, carecía de amor, y quien lo tenía se quejaba de los hijos.

Sin embargo, una tarde, los soldados del zar pasaron junto a una pequeña choza en la que un hombre descansaba sentado junto a la lumbre de la chimenea:

-¡Qué bella es la vida! Con el trabajo realizado, una salud de hierro y afectuosos amigos y familiares ¿qué más podría pedir?

Al enterarse en palacio de que, por fin, habían encontrado un hombre feliz, se extendió la alegría. El hijo mayor del zar ordenó inmediatamente:

-Traed prestamente la camisa de ese hombre. ¡Ofrecedle a cambio lo que pida!


En medio de una gran algarabía, comenzaron los preparativos para celebrar la inminente recuperación del gobernante.

Grande era la impaciencia de la gente por ver volver a los emisarios con la camisa que curaría a su gobernante, mas, cuando por fin llegaron, traían las manos vacías:

-¿Dónde está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la
vista mi padre!

-Señor -contestaron apenados los mensajeros-, el hombre feliz
no tiene camisa.


María Teresa Andruetto
María Teresa Andruetto
“La camisa del hombre feliz”, por María Teresa Andruetto.

La historia que voy a contarles sucedió hace muchísimos años en el corazón de Siam.

Siam es la tierra donde viven los tai.

Una tierra de arrozales atravesada por las aguas barrosas del Menam.

Hace muchísimos años, el Rey de los tai se llamaba Ananda.


Ananda tenía una hija. La princesa Nan.

Y Nan estaba enferma. Languidecía.

Ananda, que era un rey poderoso y amaba a su hija, consultó a los sabios del reino.

Y los sabios más sabios del reino dijeron que la princesa Languidecía de aburrimiento.

-¿Qué la puede curar? -preguntó el Rey con la voz en un temblor.

-Para sanar -contestaron los sabios-, deberá ponerse la camisa de un hombre feliz.

-¡Qué remedio tan sencillo! -suspiró aliviado el Rey.


Y ordenó a su asistente que fuera a buscar al primer hombre feliz que encontrara, para pedirle la camisa.

El asistente salió a buscar.

Recorrió uno a uno los enormes salones del palacio.

Habitaciones tapizadas de esteras.

Adornadas con paños de seda colorida.

Aromosas a sándalo.

Y regresó sorprendido adonde estaba el Rey.

-Señor mío - le dijo-, he recorrido los salones todos del palacio y no he encontrado a hombre alguno que fuera feliz.

El rey, más sorprendido aún, mandó a llamar a todos sus servidores y les ordenó que recorrieran el reino de parte a parte.

De Norte a Sur.

De Este a Oeste.


Hasta encontrar a un hombre que fuera feliz y pedirle la camisa.

Los servidores recorrieron el reino de parte a parte.

Buscaron entre los tai más honorables.

Pero no había, entre los tai más honorables, hombres felices.

Buscaron entre los guerreros valerosos.

Pero no había, entre los guerreros valerosos, hombres felices.

Buscaron entre los escribas, cultos y sensibles.

Pero no había entre los escribas hombres felices.

Entonces buscaron entre los trabajadores de la seda.

Entre los trenzadores de bambú.

Entre los sembradores de adormideras.


Entre los fabricantes de barcazas.

Entre los pescdores de ostras.

Entre los campesinos sencillos.

Pero entre todos ellos no había un solo hombre que fuera feliz.

Hasta que llegaron al último pantano del reino y le preguntaron al más pobre de los arroceros:

-En nombre del Rey Nuestro Señor, dínos si en verdad eres feliz.

El más pobre de los arroceros contestó que sí, y los servidores de Ananda le pidieron la camisa.

Pero él no tenía camisa.




 
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