2015-03-12

Dos ratas en un laberinto

Encontrar el camino de salida de un laberinto puede ser un divertido pasatiempo cuando sus pasillos están dibujados en papel y lo vemos desde afuera. Pero si estamos dentro del laberinto y no podemos ver por encima de las paredes, la tarea de encontrar la salida se vuelve dificultosa y para nada entretenida.


Para lectoras y lectores de 7 años o más.

Una rata en un laberinto
Y si no me creen, pregúntenle a Jacinta, una ratita de laboratorio que, un día, se encontró dentro de un laberinto sin saber cómo había llegado allí. La pobre Jacinta no daba pie con bola para encontrar el camino de salida. Sus patitas la llevaban tan rápido como podían para acá y para allá, andando y desandando caminos que parecían todos iguales, doblando esquinas que parecían todas la misma.


Para Jacinta, pasaba el tiempo y la cosa no mejoraba. Sentía que, por más esfuerzo que le pusiera, no lograba hacer ningún progreso. Estaba a punto de rendirse cuando se topó con su amiga Pancha, otra ratita que había sido puesta dentro del laberinto quién sabe por qué.

Pero Pancha, a diferencia de Jacinta, estaba sentada en el suelo panza arriba, recostada sobre una pared, royendo un pedazo de queso que había encontrado en el suelo.

–¿Qué pasa, Jacinta? –preguntó Pancha a su amiga al verla tan desorientada.

–Pasa que no consigo encontrar la salida de este condenado laberinto –contestó Jacinta–. Y no me explico cómo estás tan tranquila aquí sentada sin preocuparte por encontrar la salida.

Pancha miró un ratito a su amiga en silencio.


–Vení, sentate acá al lado mío, te convido un cachito de queso –le dijo al rato (o mejor dicho, a la rata). Jacinta, que ya estaba cansada y sentía hambre, aceptó gustosa la invitación.

Dos ratas en un laberinto
–¿Para qué querés encontrar la salida del laberinto? –preguntó Pancha una vez que su amiga se hubo sacado el hambre.

–¡Pero qué pregunta más tonta! –exclamó Jacinta, consternada, soltando el último cachito de queso a medio roer–. Es para lo que estamos en este laberinto, para encontrar la salida.

–Está bien, ponele que tengas razón. Pero en todo caso, ¿quién te apura? Si no anduvieras tan desesperada recorriendo los pasillos hubieras visto que había queso en el suelo y te podrías haber sentado a descansar y a comer como yo.

–¿Y a vos no te interesa encontrar la salida?

–La verdad, me da lo mismo. En algún momento la voy a encontrar, quiera o no. Mientras tanto, camino tranquila y me tiro a descansar y a comer algo cuando se me da la gana. Ah, y te voy a mostrar algo muy interesante que descubrí. Mirá para arriba –Pancha señaló con su patita hacia el cielo del laboratorio–. ¿Qué ves?


Jacinta frunció los párpados para fijar mejor la vista. Luego dijo:

–Parece un laberinto.

–Sí, y fíjate en esa parte, ahí abajo –Pancha movió su patita en círculos, marcando imaginariamente una parte de ese laberinto que parecía estar dibujado en el cielo–. ¿Qué ves?

–A ver… parece… ¡dos ratas!

–Sí, son dos ratas. Somos nosotras zonza. Eso que ves ahí es este mismo laberinto en el que estamos, reflejado en un vidrio. ¿Y sabés qué? Mirando en ese reflejo podés encontrar la salida muy fácilmente.


–Guau– dijo Jacinta, que no salía de su asombro–. Sos una genia.

–Naaa, ninguna genia. Lo que pasa es que me tomo las cosas con calma. Vení, vayamos hasta la salida.

Dicho esto, las dos ratas se pararon y caminaron tranquilamente hasta la salida del laberinto, en donde encontraron, a modo de premio, mucho más de ese delicioso queso que alguien, quién sabe por qué, había dejado para ellas.


Un par de chistes sobre ratas en laberintos:






 
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