2014-10-02

Tobías, el invisible (un cuento sobre la timidez)

Quienes hemos sido tímidos de niños (y en mayor o menor medida, seguimos siéndolo de adultos) sabemos que la timidez no se supera así nomás. Hace falta una ayudita o un empujoncito para lograrlo. Este cuento trata sobre Tobías, un niño tímido que con una ayuda inesperada pudo dejar atrás a su miedo por relacionarse y dejarse ver.

Recomendado para leerlo a niñas y niños de 6 años en adelante.

Chico tímido
Tobías había terminado el jardín de infantes. Y este año comenzaba el colegio. Eso significaba muchas cosas. Significaba que las maestras ya no lo iban a tratar como a un nene chiquito. Significaba que iba a tener que aprender muchas cosas nuevas. Y además (lo más importante de todo) significaba que para llegar hasta su aula iba a tener que cruzar todo el patio. Todo, todo, todo ese gigantesco patio, lleno de chicos y chicas todos más grandes que Tobías, todos mirándolo pasar, dispuestos a reírse de él ante la menor provocación. De sólo pensarlo le daban unas terribles ganas de hacer pis. ¿Y si se hacía encima? ¡Horror! ¡Los grandes iban a tener un motivo más para reírse de él! ¡Y qué motivo!


El primer día de clases no fue problema. Su mamá estuvo a su lado casi todo el tiempo hasta el momento de entrar en el aula, y después, en los recreos, se mantuvo cerquita de esa aula que le servía de refugio. Pero al segundo día, su mamá ya no estaba para acompañarlo. Estaba él solo, frente a ese temible patio y a todos esos grandes esperando a que pasara caminando para ridiculizarlo de alguna manera.


Los pies parecían no querer obedecerlo. Debía emprender esa caminata, pero sus pies no se movían. Hasta que ocurrió algo increíble: de la nada, apareció un hada y le dijo que no tuviera miedo de cruzar el patio. Que juntara valor y lo cruzara. Así de fácil. Ella lo iba a tocar con su varita mágica para volverlo invisible durante todo el recorrido hasta llegar al aula, y luego lo iba a volver visible otra vez para que pudiera asistir normalmente a las clases.


Tobías no le creyó. Sería tímido, pero no zonzo. El hada insistió, diciéndole que estaba dispuesta a demostrárselo: después de tocarlo con su varita y volverlo invisible, lo iba a acompañar durante la mitad del trayecto (pues ella podía verlo igual) y le iba a mostrar que nadie lo miraría, simplemente por que nadie podría verlo. Entonces la otra mitad del recorrido hasta llegar al aula la haría caminando solo, disfrutando de su invisibilidad.

"Está bien", aceptó Tobías, Y así lo hicieron. Después de recibir el toque mágico de la varita, el niño comenzó a caminar temeroso por el patio, mirando para un lado y para el otro, hasta que estuvo seguro de que nadie lo miraba. Entonces el hada lo dejó que siguiera solo. Y Tobías siguió caminando, baldosa tras baldosa, comprobando que nadie lo veía pasar. Por suerte el baño estaba ahí nomás, al ladito de su aula, así podría pasar antes de entrar a clases para hacer todo el pis que se le fue juntando durante la larga caminata por el patio.

Al llegar, el hada le dijo: "¿viste que no pasó nada? Ya puedo hacerte visible". Lo tocó nuevamente con la varita y le dijo "hasta mañana".

Al día siguiente, luego de que su mamá lo despidiera con un beso, Tobías volvió a encontrarse con el hada, y repitieron el ritual, sólo que esta vez lo acompañó un poquito menos. Así lo fueron haciendo todos los días; cada vez el hada lo acompañaba menos, y cada vez Tobías recorría el patio con más confianza. Hasta que, en una ocasión, cuando iba por la mitad del patio, se llevó una flor de sorpresa: uno de los chicos grandes lo saludó.


"No te asustes, no pasa nada", escuchó que le decía la voz del hada. "Decile hola".

Tobías le hizo caso; dijo un "hola" que apenas se escuchó y saludó un poquito con la mano. Después siguió caminando rápido hasta terminar de cruzar el patio y e ir derechito al baño.


"¿Qué pasó?", le preguntó al hada después de que lo volvió visible. "¿Por qué ese chico pudo verme?". "Por que es tu amigo", respondió el hada. "Tus amigos pueden verte".


Los días siguientes aparecieron más saludos, incluso hubo alguno que le extendió la mano para darle un saludo de puño, de esos que sólo dan los chicos grandes. Cada vez había más chicos que podían verlo, y no le importaba, por que significaba que tenía cada vez más amigos.

Un día, al encontrarse en la punta del patio, listo para inicial el recorrido, Tobías le dijo al hada: "dejá, esta vez no me hagas invisible. No me importa que todos me vean cruzando por el patio, por que tengo muchos amigos".

Y así fue. Desde ese mágico día, Tobías no necesitó más de la ayuda de su hada, y pudo cruzar, solito y orgulloso, ese patio que ya no parecía tan grande ni tan amenazante.

Quién sabe si realmente el hada lo volvía invisible, o si se lo decía nomás para darle valor. Pero de cualquier forma, la ayuda de ese ser mágico sirvió para que Tobías venciera a la timidez que le impedía dejarse ver y hacerse de muchos amigos.


por Monsieur Cuenterete

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